Un ateo guatemalteco estaba cómodamente sentado en el sofá de su sala
leyendo unos artículos sobre la naturaleza humana. De repente, una voz perturba
su atención: “Agua pura Guardavidas”. El agua, -dijo- y de un salto se puso en
pie y fue a traer el garrafón y se dirigió a la puerta principal. Cuál fue su
sorpresa, en lugar de ver al mismo joven de siempre, encontró a 6 señores
encorbatados con portafolios y biblias en las manos y sarcásticamente le dicen:
“le ofrecemos el agua de la palabra para que salve su alma de la condena eterna
y viva en paz en la tierra prometida”. El pequeño filosofo chapín dejó caer el
garrafón en los pies de los insensatos misioneros y con voz soberbia y alterada
les dijo: “Qué putas tienen ustedes en contra de nosotros para que nos obliguen
a salir de nuestros santuarios, profanando la santidad de nuestros pequeños
paraísos, donde vivimos congruentemente nuestra filosofía sin hacerle daño a
nadie y sin entrometernos en los asuntos privados de nadie. Qué autoridad moral
los reviste para venir a hablarnos de paz cuando ustedes, los católicos, los
evangélicos, los mormones, los judíos y otros cuantos cientos de miles de
denominaciones que se suponen hijos de dios, son incapaces de vivir en paz y
demostrar la unidad del espíritu de dios. Qué los hace suponer que voy a
escuchar los argumentos de una religión cuya forma de vivir no es congruente
con su forma de pensar, que no se cansa de inventar pruebas científicas para
demostrar razonablemente la existencia de dios y que encima de todo tiene
argumentos ponzoñosos para demostrar que ustedes son poseedores de la verdadera
religión de dios. Rufianes, perversos, sin vergüenzas no vuelvan a molestarme”.
El perturbado escéptico se dispuso a cerrar la puerta, pero el pié de uno de
los misioneros se interpuso a su propósito y como si un castigo de dios cayera
sobre ellos si no decían el mismo y tosco discurso de siempre le replicaron: “Respetamos
su punto de vista pero para que pueda ampliar su visión y conozca la verdad, lo
invitamos a que lea esta revista que está dirigida a personas que tienen una
visión muy particular de dios y la religión, nosotros la estamos promoviendo y
tiene un valor simbólico, cualquier ofrenda que esté en su corazón será de
mucha bendición para nuestra misión y para el reino de los cielos”. El
incrédulo al ver la actitud de los intrusos, se encolerizó más y en lugar de
dar una ofrenda, sacó su revolver que tenía en la gaveta de la mesita de
llaves, y sin mediar palabras descargo todos los cartuchos. Una nube gris de
pólvora llenó la entrada y nubló su vista y al aclararse un poco el ambiente no
vio a nadie. Entonces pensó que lo que había visto fue solo una ilusión
provocada por su encierro y que era necesario salir a caminar un poco. Guardó
el arma, se arregló el pelo y como si nada fue en busca de un trago. Y colorín
colorado en este cuento no salio ningún testigo de jehova lastimado.
lunes, 7 de enero de 2013
En la tarde del día del diablo
Era la tarde del
día del diablo, y viajaba en el Transmetro, iba del trabajo para mi casa. Había
sido un día muy complicado, salí tarde y en medio del camino me dieron las 6 de
ese día tan popular. Empezó la tronadera, había luces de colores en el cielo, fogatas
en la calle, niños quemando estrellitas y así el mundo pasaba frente a mis ojos
como una película costumbrista de la gran urbe. De repente, algo insólito
ocurrió frente a mi vista, un hombre de la misma condición que yo, lo supongo
por el vestuario, la mochila y la cara de hambriento, sacó de su bolsón un
biblia con la pasta incompleta y con las hojas dobladas, por el uso supongo, y
discretamente se persignó, una vez la frente, una la boca y una en el pecho,
dejó el libro entre sus manos, cerró los ojos y sus labios se movían como si conjurara
algo en secreto. Luego repitió el mismo ritual de persignarse tres veces y luego,
al azar, eligió un punto donde fijar su lectura. Sus ojos se iluminaron, como
si hubiera encontrado lo que buscaba, sus pupilas recorrían la ruta de aquella
lectura tan emocionante, si pués, cómo no, y en pocos minutos empezó a afirmar
con la cabeza y lo hacía más fuerte con cada frenada del gusano. Entonces,
advertí que ya no leía, sino que dormía placenteramente el sueño de los cansados
trabajadores que vivimos lejos de nuestros trabajos y madrugamos mucho. Y el
pobre laico fue dando afirmaciones en todo el camino, hasta que llegamos a
CENTRA. Pero cuando despertó, lo vi distinto de cuando leía, estaba ansioso,
soñó bonito y lo percibí determinado a revelarle a todos los pasajeros que
había tenido una revelación divina, un mensaje del más allá, una profecía, qué
se yo. Lo que es cierto, es que mientras el dormía y soñaba que era elegido por
dios para hacer una maravilla antes del 13 Baktún, afuera, en el mundo de todos
los días, los niños eran felices quemando al chamuco, los adultos también se
divertían, pues tenían permiso de deshacerse de las viejadas que guardaban en
sus casas, solo la conciencia de los ambientalistas era azotada por las
atrocidades que los hijos de dios hacían en contra de su madre tierra. Hay qué
cosas. De seguro los ambientalistas mañana darán estadísticas sobre lo grave que
está la contaminación, y ese lector asiduo de la biblia esperará el fin de
semana para pregonar en la catequesis que dios le reveló lo que nos va a
suceder, y como el párroco lo va a despreciar, él en nombre de dios se irá a
estudiar teología para luego poner su iglesia y promover un nuevo mensaje de
dios.
En las vísperas...
En las vísperas
del día de la virgen de Guadalupe, el párroco fue a la casa de la señora de Pepescalandia,
la mujer más adinerada del pueblo, con la esperanza de que la devota amante de
las cosas de los cielos colaborara como todos los años en la realización de la
gran festividad. Como era de esperarse, la señora recibió al sacerdote con gran
cariño, como si fuera un amigo de antaño a quien no miraba en años. Cuando la
señora le interrogó sobre el motivo de su visita el clérigo le dijo que era
para solicitarle una ofrenda, que sería para cubrir los gastos de la festividad
del 12 de diciembre. Y la doña, que sabía que su apoyo era necesario, no para
el reino de los cielos, sino para conservar una buena imagen en el pueblo y
guardar bien las apariencias, sacó de su bolsa su chequera y le dio al
padrecito una jugosa cantidad, para que la gastara en pólvora, ya saben,
bombas, cohetes, etc. El señor al ver tremenda cantidad se deshizo en halagos y
en bendiciones, garantizándole que ella estaba siempre en sus oraciones y que
el pueblo de dios iba a saber de su gran generosidad y amor por las cosas del
reino de los cielos. Bueno, sin más palabras se retiró y la señora se sintió
excitada al imaginar la ovación del pueblo cuando al entrar la procesión se
quemara todo su dinero en un gran espectáculo de juegos pirotécnicos. Ese mismo
día, una viejita jorobada con un poquito de pena toco la puerta de la doña y
cuando le atendió le pidió una muestra de caridad, pero la doña al ver la
condición de aquella persona mayor le replicó: “Esta no es casa de
beneficencia. Vaya a pedirles a sus hijos que la mantengan, pues si no la
quieren, es porque, deplano, les dio mala vida. Lárguese y no vuelva a
molestarme”. Y la pobre doñgita, más lastimada por el maltrato que por el
hambre, alzó sus ojos al cielo en señal de plegaria y se retiró. Momentos más
tarde, llegó un joven mendigo, tocó la puerta, salió la doña nuevamente y el pobre
mendigo le pidió un vaso de agua. “¡Pero que les sucede!, – exclamo- hoy les
dio a todos los desgraciados venir a molestarme y a quitarme lo que es mío, lo
que tanto me ha costado ganar (a fuerza de explotación e impunidad). Quieres un
vaso de agua, gánatelo, estás joven, fuerte y sano, ve a ganarte tu vaso de
agua y dejá de mendigar, que dios castiga a los ociosos y los recompensa con el
fuego eterno.” El humillado joven, bajó la mirada, soltó un suspiro y sin decir
nada se fue. Llegó el famoso 12 de diciembre y en la madrugada de ese día tan
santificado por la clerecía las luces de colores iluminaron el cielo de Pepescalandia,
el párroco estaba orgulloso por el gran saludo que se le daba a la virgen, más
de media hora de fuego y bombas iluminaron esa mañana solemne de fiesta en la
iglesia, y la señora encabeza la procesión que salía del templo, caminaba lento
y con una soberbia sonrisa saluda al populacho que le agradecía aquel regalo
tan colorido y bullicioso. Esa misma mañana, a un costado del templo, los
perros jugaban con el cuerpo frío de una vieja jorobada, y un mendigo alucinaba
el fin del mundo y corría por todo el pueblo hasta que no pudo seguir despierto
y quedó tendido a la par de la fuente. Por siempre sea alabado… bla, bla, bla,
bla, bla…
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