En las vísperas
del día de la virgen de Guadalupe, el párroco fue a la casa de la señora de Pepescalandia,
la mujer más adinerada del pueblo, con la esperanza de que la devota amante de
las cosas de los cielos colaborara como todos los años en la realización de la
gran festividad. Como era de esperarse, la señora recibió al sacerdote con gran
cariño, como si fuera un amigo de antaño a quien no miraba en años. Cuando la
señora le interrogó sobre el motivo de su visita el clérigo le dijo que era
para solicitarle una ofrenda, que sería para cubrir los gastos de la festividad
del 12 de diciembre. Y la doña, que sabía que su apoyo era necesario, no para
el reino de los cielos, sino para conservar una buena imagen en el pueblo y
guardar bien las apariencias, sacó de su bolsa su chequera y le dio al
padrecito una jugosa cantidad, para que la gastara en pólvora, ya saben,
bombas, cohetes, etc. El señor al ver tremenda cantidad se deshizo en halagos y
en bendiciones, garantizándole que ella estaba siempre en sus oraciones y que
el pueblo de dios iba a saber de su gran generosidad y amor por las cosas del
reino de los cielos. Bueno, sin más palabras se retiró y la señora se sintió
excitada al imaginar la ovación del pueblo cuando al entrar la procesión se
quemara todo su dinero en un gran espectáculo de juegos pirotécnicos. Ese mismo
día, una viejita jorobada con un poquito de pena toco la puerta de la doña y
cuando le atendió le pidió una muestra de caridad, pero la doña al ver la
condición de aquella persona mayor le replicó: “Esta no es casa de
beneficencia. Vaya a pedirles a sus hijos que la mantengan, pues si no la
quieren, es porque, deplano, les dio mala vida. Lárguese y no vuelva a
molestarme”. Y la pobre doñgita, más lastimada por el maltrato que por el
hambre, alzó sus ojos al cielo en señal de plegaria y se retiró. Momentos más
tarde, llegó un joven mendigo, tocó la puerta, salió la doña nuevamente y el pobre
mendigo le pidió un vaso de agua. “¡Pero que les sucede!, – exclamo- hoy les
dio a todos los desgraciados venir a molestarme y a quitarme lo que es mío, lo
que tanto me ha costado ganar (a fuerza de explotación e impunidad). Quieres un
vaso de agua, gánatelo, estás joven, fuerte y sano, ve a ganarte tu vaso de
agua y dejá de mendigar, que dios castiga a los ociosos y los recompensa con el
fuego eterno.” El humillado joven, bajó la mirada, soltó un suspiro y sin decir
nada se fue. Llegó el famoso 12 de diciembre y en la madrugada de ese día tan
santificado por la clerecía las luces de colores iluminaron el cielo de Pepescalandia,
el párroco estaba orgulloso por el gran saludo que se le daba a la virgen, más
de media hora de fuego y bombas iluminaron esa mañana solemne de fiesta en la
iglesia, y la señora encabeza la procesión que salía del templo, caminaba lento
y con una soberbia sonrisa saluda al populacho que le agradecía aquel regalo
tan colorido y bullicioso. Esa misma mañana, a un costado del templo, los
perros jugaban con el cuerpo frío de una vieja jorobada, y un mendigo alucinaba
el fin del mundo y corría por todo el pueblo hasta que no pudo seguir despierto
y quedó tendido a la par de la fuente. Por siempre sea alabado… bla, bla, bla,
bla, bla…
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