lunes, 7 de enero de 2013

En las vísperas...



En las vísperas del día de la virgen de Guadalupe, el párroco fue a la casa de la señora de Pepescalandia, la mujer más adinerada del pueblo, con la esperanza de que la devota amante de las cosas de los cielos colaborara como todos los años en la realización de la gran festividad. Como era de esperarse, la señora recibió al sacerdote con gran cariño, como si fuera un amigo de antaño a quien no miraba en años. Cuando la señora le interrogó sobre el motivo de su visita el clérigo le dijo que era para solicitarle una ofrenda, que sería para cubrir los gastos de la festividad del 12 de diciembre. Y la doña, que sabía que su apoyo era necesario, no para el reino de los cielos, sino para conservar una buena imagen en el pueblo y guardar bien las apariencias, sacó de su bolsa su chequera y le dio al padrecito una jugosa cantidad, para que la gastara en pólvora, ya saben, bombas, cohetes, etc. El señor al ver tremenda cantidad se deshizo en halagos y en bendiciones, garantizándole que ella estaba siempre en sus oraciones y que el pueblo de dios iba a saber de su gran generosidad y amor por las cosas del reino de los cielos. Bueno, sin más palabras se retiró y la señora se sintió excitada al imaginar la ovación del pueblo cuando al entrar la procesión se quemara todo su dinero en un gran espectáculo de juegos pirotécnicos. Ese mismo día, una viejita jorobada con un poquito de pena toco la puerta de la doña y cuando le atendió le pidió una muestra de caridad, pero la doña al ver la condición de aquella persona mayor le replicó: “Esta no es casa de beneficencia. Vaya a pedirles a sus hijos que la mantengan, pues si no la quieren, es porque, deplano, les dio mala vida. Lárguese y no vuelva a molestarme”. Y la pobre doñgita, más lastimada por el maltrato que por el hambre, alzó sus ojos al cielo en señal de plegaria y se retiró. Momentos más tarde, llegó un joven mendigo, tocó la puerta, salió la doña nuevamente y el pobre mendigo le pidió un vaso de agua. “¡Pero que les sucede!, – exclamo- hoy les dio a todos los desgraciados venir a molestarme y a quitarme lo que es mío, lo que tanto me ha costado ganar (a fuerza de explotación e impunidad). Quieres un vaso de agua, gánatelo, estás joven, fuerte y sano, ve a ganarte tu vaso de agua y dejá de mendigar, que dios castiga a los ociosos y los recompensa con el fuego eterno.” El humillado joven, bajó la mirada, soltó un suspiro y sin decir nada se fue. Llegó el famoso 12 de diciembre y en la madrugada de ese día tan santificado por la clerecía las luces de colores iluminaron el cielo de Pepescalandia, el párroco estaba orgulloso por el gran saludo que se le daba a la virgen, más de media hora de fuego y bombas iluminaron esa mañana solemne de fiesta en la iglesia, y la señora encabeza la procesión que salía del templo, caminaba lento y con una soberbia sonrisa saluda al populacho que le agradecía aquel regalo tan colorido y bullicioso. Esa misma mañana, a un costado del templo, los perros jugaban con el cuerpo frío de una vieja jorobada, y un mendigo alucinaba el fin del mundo y corría por todo el pueblo hasta que no pudo seguir despierto y quedó tendido a la par de la fuente. Por siempre sea alabado… bla, bla, bla, bla, bla…

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